martes, 22 de diciembre de 2015

Javier Pardo de Castro: un sobrevuelo personal a cuatro décadas de vida.


 
Mi nombre es Javier. Fue escogido por mis padres en honor a mi abuelo materno, Javier de Castro González. Mi madre siempre me dijo que debía sentirme muy orgulloso de llamarme así, ya que tanto ella como mis tías querían ponerle ese mismo nombre a alguno de sus hijos en razón a su amoroso padre. Lo más curioso del tema es que precisamente me lo gane yo, que soy el nieto más parecido a él.
Nací un miércoles 26 de febrero de 1975 a las 12:30 a.m. en la Clínica del Country de la ciudad de Bogotá junto a mi hermano mellizo Juan Camilo, y fui bautizado en el mismo recinto a causa de una complicación que duró algunos días y que casi acaba con mi vida. Mis padres por lo anterior salieron de la clínica únicamente con Juan Camilo, rumbo a casa, dejándome a cuidados de la clínica. Una vez superé la crisis fui reunido con mi hermano mellizo en una hermosa casa campestre, ubicada en el municipio de Cajicá, Cundinamarca, donde viví los primeros años de mi vida. Mis padres son Camilo Alfonso Arturo Pardo Romero (hijo de Luis Arturo Pardo Rodríguez y María Cristina Romero Rey) y Clemencia de Castro Durán (hija de Javier de Castro González e Inés Francisca Durán García Herreros).
Mi padre (q.e.p.d.) fue un reconocido empresario de finca raíz, perteneciente a la Lonja de Propiedad Raíz de Bogotá. Era un cachaco empedernido y mi madre una prestigiosa investigadora científica, bióloga y microbióloga de la Universidad de los Andes que desempeñó importantes cargos en el Instituto Nacional de Cancerología, así como como en distintas universidades de la capital.
Fui bautizado por segunda vez junto a mi hermano mellizo, el sábado 15 de marzo de 1975 en la Iglesia Inmaculada Concepción del Chicó y los padrinos fueron Javier de Castro González, mi abuelo materno, y María Cristina Romero Rey, mi abuela paterna.

Primeros pasos
En 1981 y viviendo en Bogotá en una casa ubicada en la calle 101 con carrera 54, muy cerca a la clínica SHAIO y al Carulla de la 116, ingresé junto a mi hermano mellizo al Colegio San Viator, cuyos orígenes espirituales se remontan a la figura del santo del mismo nombre y a la ciudad de Lyon (Francia). Recuerdo que también nos presentamos para el Colegio San George de Inglaterra y el Liceo Francés, pero tanto mi hermano como yo terminamos convenciendo a nuestros padres de ingresar al San Viator, teniendo en cuenta que para ese entonces ya estudiaban en ese plantel varios de mis primos. Como pasábamos de un kínder pequeño ubicado en el barrio Pasadena (donde Amparito) a un enorme colegio, pues era evidente que tuviéramos un poco de temor y preferíamos estar con personas que ante cualquier adversidad pudieran apoyarnos, ya que para aquella época no existían defensores de lo que para hoy es denominado el bullying o matoneo. Entonces sólo primaba la ley del más fuerte. Debo decir que de los once años que estuve en el Colegio San Viator me quedan tanto elementos importantes en mi formación como recuerdos espléndidos, por haber estudiado en uno de los campus más bonitos que se pueda encontrar de un colegio en toda Colombia. Sobre los amigos que hice allí, no demasiados pero sí valiosos y duraderos, hablaré más adelante.
En ese tiempo, un recuerdo bonito que mantengo era ir con mis primos y mi hermano a acompañar a mi abuelo Javier de cacería y pesca. La familia era socia de Pispesca, club de pesca con varias sedes cercanas a la ciudad, como Tominé, Guarinó, Tota, Sisga o los Llanos Orientales, entre otros. Las sedes más visitadas por la familia eran las de Guarinó y Tominé. De la pesca, aunque no soy un experto, aprendí que la paciencia es una virtud y que la naturaleza es una gran compañía. Por otro lado, también recuerdo pasar mucho tiempo en el apartamento de mi abuelo Luis Arturo Pardo y mi tía Gloria Pardo (en el edificio Torre 85, ubicado sobre plena Carrera Séptima junto a la intersección de la Circunvalar), quienes nos consentían bastante y por ende fueron muy especiales para mí. Una anécdota que recuerdo con bastante cariño fue una vez que salieron al mercado unas figuritas de Hanna-Barbera dentro de unos paquetes de Yupi (pasabocas que competían entonces con los populares Chitos) que queríamos y mi tía nos compró, a mi hermano y a mí, todas las existencias del supermercado para que pudiéramos contar con toda la colección de figuritas.
Volviendo al colegio, les puedo afirmar que siempre fui buen estudiante, ocupando los primeros 10 puestos de la clase. Mis deportes preferidos eran el atletismo, natación y voleibol, y siempre forme parte de los equipos del colegio ganando algunas medallas. Por otro lado siempre fui popular en el colegio por mis dotes de actor, y por tal razón siempre fui convocado por las directivas del colegio para interpretar obras de teatro en compañía de mi gran amigo José Alejandro Cepeda (¡una de nuestras obras cumbres fue nuestra interpretación de “Crónica de una muerte anunciada” en clase de inglés y en inglés!). Adicionalmente, durante esta etapa, hice parte del Grupo Scout 123 del Colegio San Viator, liderado por el profesor y amigo Andrés Alford, conocido por generaciones como “Fito” (a su vez su célebre camioneta clásica le decíamos “La Fita”) en compañía de mi hermano, mis primos y mis grandes amigos.
Los fines de semana acostumbraba ir de vez en cuando con mi familia a Villeta, Cundinamarca, a un club llamado Cune Club de Villeta, del cual eran socios mis padres. Este era un club pequeño pero contaba con lo esencial para disfrutar de un buen fin de semana: una buena piscina con dos trampolines, cancha de tenis, cancha de basket, ping-pong y un ambiente familiar, ya que el número de socios para ese entonces era reducido. Por otro lado en ese mismo municipio frecuentábamos el Hotel Mediterráneo de propiedad de la familia de mi mejor amigo (Juan Pablo Ardila Riviere), donde mi padre se sentía muy a gusto. Era tanto el amor de mi papá por ese municipio que termino comprando una linda finca más adelante en la Vereda Cune.
Por otro lado, la mayoría de los domingos íbamos con mi familia a una finca en el municipio de La Calera (El Capricho), comprada entre mi abuelo materno, Javier de Castro González, y mi tío político, Daniel Abello Uribe, a disfrutar con toda la familia de Castro Durán. Hago un paréntesis al mencionar que mi abuelo Javier no pudo disfrutarla mucho, debido a un aneurisma que sufrió en el año 1983 y que acabo con su vida. Sobra recordar que su recuerdo habita en los corazones de toda la familia. El pasatiempo favorito en esa finca era montar en motocicletas con mis primos Andrés, Sergio, Juan Pablo y Daniel, así como con mi hermano Juan Camilo. Cuesta imaginar el uso y el abuso que le dábamos a esas pobres motos. Con decirles que mi mamá encontraba entre los pantalones nuestros al llegar a la casa tuercas, tornillos y hasta pedazos de stops, y es curioso recalcar que a pesar de las miles de caídas jamás tuvimos un accidente grave. Otro recuerdo inolvidable en esa finca eran las navidades que pase con mi familia durante esa época: mucha comida, cajas de pólvora, globos y, sobretodo, mucho amor y alegría. Todavía me acuerdo de las pilatunas que hacía mi abuelita Inés en la chimenea de la casa; iba recogiendo todos los desechos de pólvora que quedaban tirados en él piso y los metía sin que nos diéramos cuenta en la chimenea y de pronto sonaba un estruendo terrible. Mi abuela soltaba unas carcajadas de ver las caras de terror de todos nosotros.
Puedo concluir este apartado señalando que tuve una infancia feliz junto a mis dos hermanos, Juan Camilo y Felipe y mis nueve primos, disfrutando la mayor parte de las vacaciones entre Villeta, Guarinocito y la Costa Atlántica. No puedo dejar de mencionar un verano inolvidable en los Estados Unidos, en La Florida en plenos años ochenta, donde tuvimos la fortuna de viajar ida y vuelta en la cabina del popular Jumbo 747 de Avianca con mi tía Gloria Pardo por su condición de funcionaria de la Embajada Americana. También viajaba continuamente a una gran hacienda en la Represa del Sisga, propiedad de un gran amigo y compañero de cacería de mi abuelo materno, el Capitán de Aviación Marcos Ronderos Possé.




Con mis amigos Juan Pablo Ardila Riviere y María de Guzmán Argáez.
Los amigos y la vida más allá del colegio
Entre mis mejores amigos del colegio se encontraban Juan Pablo Ardila Riviere, José Alejandro Cepeda Jiménez y mi primo casi hermano Juan Pablo Mugno de Castro. Conté también con un grupo de amigas que en aquella época estudiaban en los colegios Santa Francisca Romana y Gimnasio Femenino, tales como Nana García, María de Guzmán, Tatiana Martínez, Natalia Beracasa, Natalia Arciniegas, entre otras. Con ellos y ellas hice el tránsito de la adolescencia a la adultez.
Quiero anotar una anécdota simpática que me sucedió en el colegio. Había algunos profesores que no dejaban que mi grupo de amigos (Mugno y Ardila) y por supuesto yo, nos sentáramos cerca y amenazaban con sacarnos de las clases si lo hacíamos. Pues una tarde en clase de español con la profesora Yaneth, sin darnos cuenta nos sentamos en los primeros tres puestos de una fila y al ver semejante horror de un grito ordenó que de inmediato nos cambiáramos de puestos, pero lo gracioso es que sin querer mi primo Juan Pablo que estaba sentado en el primer puesto paso al tercero, Juan Pablo Ardila que estaba sentado en el segundo puesto paso al primer puesto y yo que estaba sentado en el tercer puesto, pase al primero, ocasionándole un ataque de ira a la profe que terminó con la expulsión de estos tres amigos de la clase y un ataque de risa del resto de compañeros del salón.
Me gradué del San Viator en noviembre de 1991. Les confieso que por motivos de indisciplina con mi amigo Juan Pablo estuvimos los dos habilitando química el mismo día del grado, y es por eso que hoy día recuerdo perfectamente la tabla periódica. Por otro lado me salve de prestar el servicio militar obligatorio por un tema de suerte: saqué la balota verde que me excluía de dicha obligación. Mi hermano Juan Camilo y mi primo Juan Pablo no contaron con la misma suerte y prestaron su servicio militar entre el batallón Guardia Presidencial y el S2, que era como una versión criolla de Comando Especial (aquella serie de televisión gringa protagonizada por el entonces joven Johnny Depp). Claro que esta historia tiene un sabor agridulce y es que en el momento que regrese a casa y le conté a mi familia la buena noticia, a excepción de mi mamá y mi tía Margarita que nos estuvieron acompañando en el sorteo, algunos no estuvieron muy de acuerdo con que yo me hubiera salvado del ejército, lo que ocasionó malestar por parte de mi madre frente a los inconformes miembros de la familia.
En el año de 1992 me presenté a la facultad de Administración de Empresas de la Universidad Politécnico Grancolombiano, después de no haber pasado en la Universidad de los Andes a causa de mi buen examen de Icfes, empezando así mis estudios profesionales. Esta fue una de mis mejores épocas de mi vida ya que conté con muy buenas amistades, tales como Alejandro Rodríguez Baena, Camilo Castaño González, Germán Andrade, Jorge Peña, Jaime Bayón Pradilla, Andrés Michelsen, Enrique Jaramillo, Carlos Acosta Cancino y nuevamente con mi primo Juan Pablo Mugno. Adicionalmente hice otro grupo de amigos muy valioso en esta importante época de mi vida, presentados por mi amigo Juan Pablo Ardila Riviere, entre los cuales estaban Andrés Jiménez, Jorge Ayala, José Andrés Sánchez, Alfredo Higuera y Jaime Ferro, los cuales nos apodaban “Los Jotas”. Es importante mencionar en esta etapa que pasé momentos increíbles en la finca que les mencione anteriormente en Villeta de propiedad de mi padre en compañía de mis amigos.
Hasta aquí todo iba bien, hasta aquel 4 de diciembre de 1994, regresando de una rumba. Sufrí un grave accidente con mi mejor amigo Juan Pablo Ardila Riviere, en el cual por segunda ocasión casi pierdo la vida a causa de un disparo realizado por unos militares inconscientes al vehículo en el que nos encontrábamos. Vale decir que esa noche habíamos estado en un sitio de moda de la época ubicado en la vía a La Calera con las señoritas Ana Cuevas y Natalia Figueroa, y al retornar a la ciudad, después de una serenata en cercanías de la calle 122 con 19 en casa de Tatiana Martinez con quien estaba saliendo yo, sucedió el penoso incidente. Por fortuna aún estoy aquí y puedo contar el cuento y estas líneas en torno a mis primeras cuatro décadas.
Con mis hijas Laura y Mariana.
El matrimonio, la paternidad y las grandes responsabilidades
En el año de 1995 mi amigo de la universidad, Alejandro Rodríguez Baena, me presenta a Tatiana Díaz Melo, hermana de Giovanna Díaz Melo (su novia por aquellas fechas), quien para ese entonces estudiaba economía en la universidad Javeriana y era egresada del Gimnasio Femenino. Después de un corto noviazgo se convierte en mi esposa el 30 de marzo de 1996. El matrimonio fue celebrado en la Iglesia Santa Bibiana a las 7 de la noche y fue oficiado por el Padre Julio Sánchez (rector en ese entonces del Colegio Emilio Valenzuela). Los padrinos fueron el señor José Elías Melo Acosta y mi tía Margarita de Castro Durán; posteriormente se llevó a cabo una elegante recepción en el Hotel Cosmos 100 de Bogotá, ofrecida por la familia de la novia. La luna de miel se realizó en la memorable ciudad amurallada de Cartagena de Indias.
El lugar de residencia de la nueva pareja fue en principio en el barrio Belmira de la ciudad de Bogotá, en cercanías de la calle 140 con Carrera Séptima y posteriormente en el barrio Bella Suiza en un apartamento de propiedad de mi abuela materna. Yo me dediqué a trabajar en una pequeña empresa de servicios que me regaló mi padre (Servilavado) para poder sostener a la familia y así terminar con los estudios universitarios. En septiembre 4 de 1996 nace en la Clínica del Country mi primera hija, la niña Mariana Pardo Díaz, llenando de alegría el hogar Pardo Díaz.
En 1997 completé los estudios de administración, por lo cual me gradué de Administrador de Empresas y continué trabajando con la empresa de servicios. El 20 de febrero de 1998, recibo una llamada de Austria de un muy buen amigo de la familia, el Dr. Carlos Bula Camacho, quien me comunicaba que había sido  nombrado por el presidente Ernesto Samper Pizano (pariente de la familia de doña Inés Durán García Herreros, mi abuela materna) como nuevo Ministro de Trabajo y Seguridad Social. El Dr. Bula pone a mi consideración ser su colaborador en dicha cartera, nombramiento que me hace muy feliz y que me lleva a posesionarme el día 25 de febrero de ese mismo año con el cargo de Secretario del Despacho del Ministro. A los pocos meses y antes de terminar su mandato como ministro recibo un nuevo nombramiento y termino prestando mis servicios profesionales en la Dirección Técnica de Empleo de dicho ministerio, donde tuve el honor de hacer parte de un grupo selecto de investigadores que para la época formula un plan de choque contra el desempleo. Adicionalmente adelanté algunas publicaciones, tales como “Apoyos Financieros y Técnicos” para la generación de empleo y otras herramientas como estudios de mercado de trabajo de algunas regiones del país. En Agosto 25 nuevamente llega la alegría a la familia Pardo Díaz, en razón al nacimiento de mi segunda hija, la niña Laura Pardo Díaz en la misma Clínica del Country.
En el año de 2000, estando trabajando en el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, inicié una especialización en Derecho Económico en la Universidad Externado de Colombia, alternándola con estudios de Análisis Económico del Derecho en la misma universidad y que finalizan sin ningún inconveniente. Todas estos conocimientos los sigo aplicando día a día en mi trabajo profesional.

 Con el Ministro de Trabajo Carlos Bula Camcho en 1998.




Cambios, desafíos y nuevos retos
Después de una restructuración en el ministerio el día 11 de febrero del año 2000, y que por cierto generó una gran preocupación tanto para mí como para mi esposa en razón a que para ese preciso momento me acababan de aprobar un crédito hipotecario para comprar nuestra primera vivienda, salgo de este por un error de una alta funcionaria del ministerio y vuelvo a ingresar a los pocos días a otro cargo de libre nombramiento y remoción. Mi responsabilidad era como profesional de un grupo del Despacho del Ministro, nombrado por la Dr. Gina Magnolia Riaño, llamado Grupo Interno de Trabajo para la Gestión del Pasivo Social de Puertos de Colombia, en donde se me encarga de manejar todo el tema administrativo del grupo. Estas ocupaciones me permiten adquirir un predio en el barrio Lisboa del sector del Country, en cercanías de la calle 134 con novena.
Posteriormente salgo nuevamente del cargo el 11 de octubre de 2002 a causa de la fusión entre los Ministerios de Salud y Trabajo ordenada por el presidente Álvaro Uribe Vélez, en cabeza de su ministro Juan Luis Londoño. Cabe anotar que fueron muchas las familias que se quedaron sin empleo a causa de esta decisión, especialmente los que venían desempeñándose en Trabajo, ya que el ministro Londoño tenía afectos por la cartera de Salud, pues había sido su Secretario General en alguna oportunidad.
En el año 2003 el Dr. Ignacio Cantillo Vásquez, Gerente Liquidador de la Fiduciaria del Estado, me brinda la oportunidad de estar a la cabeza de la Dirección Administrativa de dicho establecimiento. Es preciso destacar  que en esta época de mi vida hay dos hechos que para mí sin dudas han sido los más dolorosos de mi existencia: el primero fue la separación con mi esposa Tatiana, ya que no sólo bastaba con alejarme de ella sino también de mis dos pequeñas hijas. Fue una pena que me llevó casi dos años en reponerme. El segundo la muerte de mi padre el 18 de mayo de 2005 a causa de una larga y penosa enfermedad. Hasta el día de hoy recuerdo su vitalidad, su gusto por la buena vida (que se proyectaba sin disimular sobre la comida, los licores o los buenos hoteles), y también su carácter: su término  “averrrr“, al contestar el teléfono, sus pataletas cuando perdía jugando tenis (¡al mejor estilo John McEnroe!) o su manera de acelerar cuando salíamos fuera de Bogotá rumbo a Villeta u otros destinos. Pero ante todo quedan las jornadas compartidas con mis hermanos, como ir a jugar golf los sábados al club El Rincón, los planes campestres o las idas a comer. También tengo que anotar sus gustos: sus vestimentas invariablemente cachacas, su fidelidad a la fragancia Jean-Marie Farina o al corte de pelo de raya al costado y gel, y la música que le gustaba, las baladas de los cincuentas de Los Platters o la voz de Nat King Cole. Quien me conozca dirá que muchas de estas cosas sobreviven en mí y en mis hermanos.
Por fortuna desde lo profesional después de haber ejercido un desempeño que fue muy bien valorado, mi labor en la Fiduciaria termina en octubre del 2006, casi al tiempo con la liquidación total de dicho establecimiento.
A comienzos de año 2007 ingresé a Ecopetrol a desempeñarme como Gestor de Contratación y Compras de Servicios Petroleros, cargo que por cierto me dio cierto temor en razón de nunca haber trabajado en temas relativos a los hidrocarburos, pero que con la ayuda de Dios pude sacar adelante con éxito. Logré terminar mi labor en diciembre del mismo año para hacer parte de un grupo de colaboradores que harían parte con el Dr. Héctor Cadena Clavijo de los pioneros de la Empresa Promotora de Salud “Nueva EPS”, que remplazaría a la antigua empresa del Seguro Social. Inicie como Profesional en la Gerencia de Planeación Corporativa y posteriormente en la Unidad de Análisis de Riesgo, donde actualmente me encuentro. Ahí conozco a mi actual compañera sentimental, la señorita antioqueña Paola Ricaurte Yepes, hija de Darío Fernando Ricaurte Chavarriaga y de María Cristina Yepes Londoño, quien para esa época también se encontraba laborando en la misma empresa y quien duró corto tiempo en la misma.
El año 2011 fue un año muy difícil para mí, ya que el 20 de marzo sufre un derrame cerebral mi madre, que le deja paralizado el lado izquierdo de su cuerpo, pero del cual se recuperó satisfactoriamente meses después. Posteriormente, el 2 de abril, muere mi abuela Inés a causa de un paro respiratorio. Estos hechos hicieron que pusiera en la balanza una vez más cuáles son las cosas importantes en la vida, y no tengo dudas que el amor, la familia, la honestidad, la amistad y la tranquilidad espiritual son más relevantes que los bienes materiales. Por eso recuerdo con gratitud los momentos que he podido disfrutar yendo a visitar a mi hermano y su familia en Santiago de Chile, y de haber podido conocer una de las ciudades que siempre quise visitar, Buenos Aires, la cuna de uno de mis grupos musicales favoritos, Sui Generis. Allí, en la metrópoli rioplatense, donde mi madre cursó estudios de posgrado, estuve rodeado de mi familia, al igual que en otros parajes del sur del continente.
Hoy día, cumplidos los cuarenta y tres años, vivo feliz y tranquilo entre Bogotá y La Calera, en donde queda la casa campestre de mi madre, y continúo haciendo lo que más me gusta: trabajando como administrador de empresas, cada vez más envuelto en el mundo de la historia y la genealogía, donde he recopilado gran cantidad de información, mediante la creación del blog digital "Familia de Castro Durán: orígenes y herencias", realizando una recopilación histórico-genealógica sobre mi familia materna de Castro Durán. Además a partir del año 2017 soy reconocido como miembro de la Academia Colombiana de Genealogía, dando aún mayor validez a mis distintos estudios y descubrimientos y en febrero de 2018 como Miembro Correspondiente de la Sociedad Nariñista de Colombia desde donde puedo contribuir a preservar la memoria de mi pariente, el Precursor de la Independencia Antonio Nariño y Álvarez. Ya despidiéndome quiero resaltar el gusto por los vinos y los buenos licores a la manera de un sommelier alrededor del bar de mi propia casa, que tiene siempre las puertas abiertas a quienes aprecio. Creo que son muchas más las aventuras y experiencias que tengo por vivir, y parafraseando al desaparecido Premio Nobel de literatura colombiano, Gabriel García Márquez, estoy listo para poder vivirlas y contarlas.


Bogotá, febrero de 2018

Javier Pardo de Castro.